domingo, 18 de enero de 2009

Clarita, los años felices

Así posaba Clarita en una de las primeras fotos de su vida, a finales de los 40. Vamos, ni Rita Hayworth y es que Clarita se creía la reina del mundo y en verdad lo era, un mundo con un papá y una mamá que la adoraban y no había límites para sus caprichos.


Claro, que también la castigaban a veces, por ejemplo, sin churros y sin su tebeo de "Dumbo" un domingo por la mañana en que al levantarla mamá le preguntó si se había hecho pis y ella aseguró que no, pero estaba empapada de pies a cabeza.


- Es que he sudado mucho, explicó Clarita

- "Mariquilla la retotollúa, que se mea en la cama y dice que súa", respondió mamá (es que mamá era muy andaluza).


Y papá la castigó, pero no porque se había hecho pis, sino por haber mentido. En realidad, Clarita no había mentido porque no recordaba en absoluto haberse hecho pis.


Pero estas historias eran la excepción. Luego la ponían guapísima, se iban todos a misa de 12, luego a tomar el aperitivo y después, camino a casa, se paraban en un arbolito y cuando Clarita lo agitaba ¡oh milagro!, llovían perras chicas, perras gordas y a veces monedas de dos reales y, en ocasiones excepcionales (si había sido muy buena), hasta de 1 peseta. Todas iban a la hucha de Clarita. El arbolito se llamaba "el árbol de las perras". Y con su tesoro bien apretado en la mano volvían a casa para comer.


La vida de Clarita discurría como la de cualquier niña de la clase media de la época, y nunca supo si sus padres pasaban estrecheces, porque para ella no las había. Nunca se aburría, porque siempre había alguien para escucharla o para ayudarla a disfrazarse de lo que se le antojara, porque le encantaba disfrazarse: además de mamá estaba la tata y también la abuelita Benita, que era la mamá de su papá y siempre estaba en su cuarto haciendo labores.


Clarita tenía, además, primas y primos que venían a casa o iban a casa de ellos. Mamá tenía muchos hermanos y hermanas, así que siempre había un nuevo primo o prima a quien dar la bienvenida. Y estaba la otra abuelita, Clara, que vivía en una casa muy grande con todos los tíos y tías que todavía no se habían casado. Era más gorda que la abuelita Benita, pero llevaba un moño precioso en todo lo alto de la cabeza, a lo "Toulouse-Lautrec" (aunque ni Clarita ni la abuelita Clara sabían quién fue este señor), con unas preciosas ondas naturales en la parte delantera.


A veces la llevaban al cine a ver "Pepino y Violeta" y "Blancanieves y los 7 enanitos". No tenían tele, claro, pero escuchaban la radio, le enseñaban juegos y canciones. Aunque mamá aseguraba que su nena era preciosa, muy inteligente y que tenía, no una memoria como todo el mundo, sino un memorión, se desesperaba cuando intentaba que su nena cantase porque, aseguraba, que tenía una oreja enfrente de la otra y que así no había manera. Clarita miraba a su mamá y le decía que ella también tenía una oreja enfrente de la otra y mamá se reía mucho y la abrazaba y le decía que era muy lista, pero que Dios no la había llamado pro el camino del cante.


A mamá le gustaba mucho cantar, sobre todo coplas, sevillanas, fandangos, en fin, todos los cantes del flocklore andaluz. Y bailar. Tocaba las castañuelas y bailaba sevillanas como una diosa o mejor, una odalisca de formas rotundas haciendo ondular sus brazos y todo su cuerpo y a veces hasta se permitía un buen zapateado. Y cuando llegaba el carnaval, ella se vestía de gitana y papá de "paleto", que no era sino un traje de segoviano, porque allí, en Segovia, había nacido él. Y los dos se iban a un baile de carnaval.


Estos son los primeros recuerdos de Clarita. Tenía otra mamá y otro papá y hasta un hermano y una hermana, pero estaban lejos, muy lejos, y Clarita nunca pensaba en ellos.

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